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domingo, 13 de junio de 2010

Viaje a Toledo (1)

Hola a tod@s.
Por fin tengo un respiro dentro del apretado final de curso. He dedicado tres tardes a cumplimentar la solicitud de destinos para el año que viene.
Aunque desde la administración autonómica venden el sistema como un adelanto tecnológico, en mi opinión supone un atraso por la forma en la que lo han organizado, ya que eliges completamente a ciegas. Lo lógico hubiera sido publicar una lista de participantes ordenada en función de la puntuación de cada participante, así como una lista de vacantes disponibles. Pero no, aquí en Valencia las cosas son distintas, ya que publicarán el listado de vacantes dentro de un mes. Así pues, hemos elegido destinos sin saber si en ellos hay plaza o no, lo que resulta alucinante, la verdad. Todo el proceso tiene una especie de oscurantismo que no hace otra cosa que sembrar un mar de dudas sobre la gestión de la administración. A eso hay que sumar las dificultades tecnológicas, ya que el programa de elección de vacantes no funciona muy bien con el internet explorer, y se queda colgado a cada instante... En fin, paro de quejarme, ya que estos problemas son simples nimiedades ante los retos que vosotr@s tenéis por delante. Sólo quería que supiérais cómo las gasta la conselleria de Educación de Valencia.

Bien, pasemos al motivo de la entrada. Todo lo resumo en una frase: Toledo, ¡qué ciudad! Sólo deciros que si uno puede enamorarse de un lugar, ése no es otro que Toledo.

El viaje lo hice en compañía de dos de mis mejores amigos, Jose y Valerina. Salimos el viernes sobre las 4 de la tarde, y en aproximadamente cuatro horas llegamos a nuestro destino, no sin algún que otro contratiempo (tormenta de granizo incluida):



Ya de por sí la entrada a Toledo te obliga a mirar en cada instante a todo lo que te rodea. La misma situación de la ciudad, enclavada en una montaña y rodeada en parte por el río Tajo te produce admiración conforme te vas acercando desde la carretera de Madrid. Nada más llegar, y antes de entrar al casco viejo de la ciudad nos encontramos con el monumento a Alfonso VI el Bravo:



De ahí nos dirigimos hacia la puerta de la Bisagra, con su imponente escudo, guardiana de la ciudad:



La rodeamos, y poco a poco subimos a través del casco viejo de Toledo hasta una de las plazas más famosas de la ciudad, la Plaza de Zocodover:



Desde esta plaza, y subiendo por la cuesta de Carlos V, con la visión del imponente Alcázar a mano izquierda llegamos hasta uno de los párkings que hay en la ciudad. Dejamos el coche para todo el fin de semana, y desde allí nos dirigimos hasta el hostal en el que habíamos reservado habitaciones, el hostal Maravillas. No es que le hiciera honor al nombre, pero en fin, por cuarenta euros la noche tampoco íbamos a pedir demasiado. Lo mejor, sin duda, era su situación privilegiada, al lado mismo de la plaza Zocodover.

Una vez instalados salimos a dar una vuelta por las cercanías del hostal. Teníamos en mente visitar un bar de tapas que recomendaban en diferentes páginas de internet, el bar Ludeña, situado en la plaza de la Magdalena, pero nos tuvimos que conformar con tapear en el de al lado, ya que no había sitio. Nuestra intención era saborear la gastronomía de la zona, así que nos tomamos unas cervezas acompañándolas de unas tapas de venado y unas setas, que resultaron ser una delicia.

Después dimos una vuelta por las cercanías de la catedral, pero más que nada para hacer tiempo hasta la hora de la cena, ya que nuestra intención era dedicar todo el sábado y parte del domingo a la visita de los principales monumentos de la ciudad.
Vimos el monumento a Cervantes (yo me empeñé en que era El Greco, cabezota que es uno...):

Cenamos en el restaurante Palacios. El menú excelente: perdiz escabechada, acompañada de carcamusa, que es un guisado exquisito de ternera, aderezada con una salsa deliciosa. Además, tomamos vino de la tierra. Allí nos sucedió una anécdota muy graciosa, ya que yo quería pasearme por una de las calles que salen en una de las leyendas de Bécquer ambientadas en Toledo: el Cristo de la Calavera. Así que estuvimos preguntando a los camareros del bar por dónde estaba esa calle. Lo que pasa es que no me acordaba bien del nombre, así que les pregunté por la calle del Cristo de los Faroles, y me dijeron: "pero hombre, si eso está en Cádiz" Después me enteré que ni siquiera está en Cádiz, ya que de hecho se encuentra en Córdoba.

Después de cenar nos fuimos de ruta nocturna, buscando la dichosa calle. Hicimos unas cuantas paradas por los pubs de la zona. En uno de ellos, una camarera muy simpática, Cintia, nos dió un plano de la ciudad, y nos indicó más o menos dónde podríamos encontrar la calle del Cristo de la Calavera. En ese pub decidimos que no iríamos al día siguiente a Madrid, sino que lo mejor sería pasar todo el fin de semana en Toledo, porque había muchísimas cosas que ver y disfrutar. Y la verdad es que fue todo un acierto.

Luego estuvimos paseando por el centro de Toledo, viendo el ambiente que había, y admirando la decoración de las calles, ya que se iba a celebrar en próximas fechas la festividad del Corpus:



También bajamos por los alrededores de la plaza de Zocodover, viendo la famosa puerta del Sol:



Finalizamos la noche en la plaza Zocodover, donde comprobamos el lado desagradable del viaje, más que nada por el pésimo servicio en uno de los bares de la zona, el Foro de Toledo. No se dan cuenta de que el cliente no es tonto, de forma que si se duplica el precio de una consumición, al menos han de dar una buena razón para ello. Pero en fin, si se empeñan en matar a la gallina de los huevos de oro, lo conseguirán. Luego se extrañan de que por qué viene menos gente a España.

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